Pinceladas V

Parejas, familias y amigos están congregados alrededor del mate en torno a una estatua de San Martín que pronto será reemplazada por la de un yaguareté o un guanaco autóctono. A la historia siempre se le puede agregar un antes, como lo hacían las hipótesis paleontológicas ampliamente difundidas y aceptadas, total pocos se iban a dar cuenta del fraude y si se lo contradecían abiertamente se los iba a tomar por locos. Por eso había que andar con sigilo. En el monumento había varios grafittis que las últimas pinceladas no habían alcanzado a cubrir bien. Una niña andaba en bicicleta y un chico lo hacía en una patineta eléctrica, ambos contentos y sin dilemas en su inocente pureza original. Desde esa posición en el parque se pueden observar las construcciones alejado del ruido de la ciudad e impregnado por la vida natural que allí se presenta. Pero había que volver, hay que volver tarde o temprano. Bajé por la pendiente hacia la calle 11 de septiembre y varios obreros de la construcción hacían su aporte a la arquitectura puntaltense. Ruidos de palas, mazas, cortafierros, taladros, amoladoras y hasta alguna hormigonera en tan solo cien metros daban cuenta del ajetreado trabajo de los albañiles y sus peones con el que finalizaban las labores esa tarde. Desciendo la empinada calle Espora y por delante cruza un colectivo repleto de hinchas con banderas y entonando cánticos o insultos cantados. Es una visión de otro tiempo, en enero no hay fútbol en la ciudad. Igual me parece que son fanáticos de Comercial de Ingeniero White. Algunas  luces del tendido eléctrico ya se encendieron a pesar de que todavía el sol no bajó. Para contribuir al ahorro de  energía que propone el gobierno le pido una gomera a un chico que se entretiene tirándole a unos pájaros y en el primer intento le doy al foco. Por un momento soy el niño que no sabe nada del vandalismo que se habla en las noticias. Intercambiamos roles, avanzo y me alejo. Me detengo frente a la fachada de una casa mal pintada. Por el ladrido de los perros me doy cuenta que es mi casa y me observo a través de las paredes sentado escuchando música de Bill Evans que los sonoros escapes de las motocicletas que pasan por la cuadra no permiten apreciar en plenitud. Atravieso las paredes y estoy otra vez en la vereda caminando. Mis hijas me saludan al llegar con amigas e intercambiamos besos y una breve conversación acerca de dónde andaba cada uno, cómo estuvo el día y otros diretes. Sigo con rumbo oeste según indica la brújula, ahora apurado porque son las últimas horas de vacaciones y aún no me fui. Me topo con una bella mujer, que a su vez es dios. Algún distraído puede pensar que es un travesti. No es así. Me dice que el hombre está condenado a vivir. No la escucho más a pesar de que me sigue hablando y continúo caminando. Llego a las vías tapadas por la tierra y miro para ver si viene algún tren, por las dudas. Con tantos cambios uno nunca sabe cuál es el último tren que pasa en la vida. Subo al terraplén y detrás del alambrado la figura de un soldado con un perro ambos pintados de negro mate, en un cartel, me dicen que el paso está prohibido. Emprendo la vuelta para ver qué señala el exiliado General.

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